“La esperanza es la cura del mañana para la decepción de hoy”
Evan Esar
Carlos Mota Galván
Si bien existen muchas versiones encontradas ante la escasez de fuentes históricas, se dice que fue en la noche de entre los días 18 o 19 de julio del año 64, que la ciudad de Roma fue arrasada en gran parte por un incendio. Se dice también que al momento en que la ciudad se estaba consumiendo, Nerón tocaba su lira regocijándose con la suerte que correrían a quienes incriminó por el hecho, los cristianos, por lo que no pocos fueron ajusticiados.
Tal cita viene a cuento por las declaraciones que vertió Andrés Manuel López Obrador luego que el pasado 5 de febrero, día en que echo la última carne que le quedaba al asador, con la presentación de sus 20 reformas a la ley, 18 de ellas constitucionales, que pretenden liquidar a las instituciones democráticas en el país, siempre esgrimiendo que ello es para proteger al pueblo “bueno”, aquel al que dejó sin medicamentos, sin guarderías, sin una educación de calidad, sin protección.
“No olvidemos: si por nuestros errores, desidia, o desviaciones, los reaccionarios logran regresar al poder, que sea mucho lo que tengan que echar atrás”, dijo AMLO, en un discurso en el que enfatizó, está muy lejos de considerar la derrota de su candidata, quién, por cierto, ahora se vio obligada a incorporar como “suyas” las propuestas de su jefe. Y para seguir cerrando el cerco sobre quienes habrán de aprobar o rechazar sus propuestas, sus huestes de bots han empezado una campaña donde plantean: ¿de qué lado votaran los legisladores, del pueblo, o de los intereses contra él?
Mas allá de que algunas de sus propuestas son la aspiración de todos, léase el caso de mejores salarios o pensiones, o atención médica para todos, estas no pasan de ser “buenas intenciones” pues no se dice el cómo lograr tal encomienda y con lo hecho hasta ahora, sólo se ha conseguido retrasar más esta aspiración social. Lo que verdaderamente buscan la mayoría de las reformas presentadas, es volver al centralismo que tanto daño ha hecho al país. Acabar con la separación de poderes, desandar el fortalecimiento de instituciones ciudadanas que tanto reconocimiento han obtenido, aún en el extranjero, para volver al caudillismo.
El ministro Alberto Pérez Dayán, a quién, por cierto, el presidente busca hacerle juicio político por no apoyar su “visión”, dijo en el discurso que a nombre del Poder Judicial pronunció en la ceremonia 107 de la promulgación de nuestro marco legal, que por encima de la constitución no puede estar nadie, hay que alejar, sentenció, al poder judicial de la política, quienes se dedican a esta profesión deben estar alejados de la militancia partidaria. Alejémoslos del juego de las pasiones, propuso. Antes había tachado de inaceptable que jueces y magistrados fueran designados por voto popular pues ello resquebrajaría la esencia del juzgador al no ser el conocimiento jurídico quien le respalde.
Con respecto a los legisladores, López Obrador promueve reducir el número de ellos de 500 a 300 y en el caso de los senadores bajar el número de escaños de 128 a 96, desapareciendo así, los integrantes plurinominales. Nada más alejado de la verdad, en realidad sí bajaría el número de elementos de cada cámara, pero no así aquellos que requieren del voto ciudadano, es decir el voto directo, para ser seleccionados, pues las listas predefinidas de cada partido seguirían vigentes, privilegiando el criterio partidista al ciudadano.
AMLO sabe que sus reformas, al menos las constitucionales, no pasarán el filtro democrático impuesto en el país, pero al igual que el personaje descrito al inicio, goza al ver cómo el fuego se propaga mientras él sonríe culpando a otros de la falta de resultados de su gestión, dividir al país ha sido su apuesta desde el principio y eso no cambiará en lo que reste de su administración.