Ahora, ¿cuántos titulares ganaron ellos, los que llamamos monstruos? Esos que son hijos sanos del patriarcado, que toman vidas y en su torcida realidad, pulverizan a las agraviadas
En silencio, decenas de “monstruos” someten a sus víctimas todos los días. Les apodamos “El Monstruo de Tal” como si eso pudiese ayudarnos a obtener una explicación que no nos lleve a creer que de esos, hay en todos lados, que nos aligere el cargo de consciencia. Como si pensar que son excepciones en una sociedad violenta los hiciera menos comunes.
Son hombres —y muy contadas mujeres— que no se crearon de manera espontánea, sino que necesitaron la conjugación de la indiferencia, muchas veces de una infancia traumática, de un sistema de evasión de la justicia y de un aparato de prevención que está lejos de hacer su trabajo.
Si analizamos los casos de cada feminicida serial, la negligencia de las autoridades en su primer caso, en el segundo y hasta en un tercero o cuarto, les permitieron una carrera delictiva que horroriza y atrae tanto a medios como a lectores.
Cada que se descubre uno, la palabra “monstruo” salta a los titulares. Pero, ¿en verdad lo son?
Ponerles ese apodo los lleva a obtener el escaparate que necesitan para difundir sus atrocidades, se invisibiliza a las víctimas. Muchas veces, ni se les nombra, pero a ellos se les inmortaliza de una manera retorcida y sus casos son analizados una y otra y otra vez.
Las víctimas pasan a segundo plano. Recordamos los nombres y las historias de los feminicidas y asesinos seriales, pero ¿podemos mencionar las de sus víctimas?
Los padecimientos mentales son, muchas veces, causas de sus comportamientos. Psicopatía, esquizofrenia, bipolaridad… aunque, cuando se mezclan con violencia en el núcleo familiar, indiferencia de los vecinos e ineptitud de las autoridades, se crean esos personajes que llamamos monstruos para que el horror parezca ficción y no una fotografía de la vida diaria.
En el Estado de México, sólo en 2023, se abrieron 83 carpetas de investigación por el delito de feminicidio. ¿Cuántos nombres recordamos? ¿Cuántos hijos quedaron huérfanos? ¿Cuántas madres están destrozadas navegando entre la injusticia y el olvido del sistema?
Ahora, ¿cuántos titulares ganaron ellos, los que llamamos monstruos? Esos que son hijos sanos del patriarcado, que toman vidas y en su torcida realidad, pulverizan a las agraviadas.
Lo peor es que como sociedad les ayudamos a dejar en el olvido a quienes les arrancaron la vida.
A ellos no deberíamos nombrarlos, no deberíamos llamarlos “monstruos” y tampoco por su nombre, que con su condena llegue también nuestra indiferencia hacia su existencia.
Por eso hoy me tomo un momento para nombrar a Mónica, a Eugenia, a Fátima, a Martha Patricia, a Reyna, a Rubicela, a Flor Nínive, a Norma, a Bernenice, a Alín, a Gardenia… todas ellas que han sido víctimas de hombres que se creyeron con el derecho de arrancarlas de la vida. Las nombro porque no hay que olvidarlas.
La lucha sigue y seguirá hasta que la dignidad se haga costumbre.