Alejandro Evaristo
Despertó esta mañana con la tristeza a flor de piel y sin una razón para ello, al menos eso pensaba.
No le quiso dar mayor importancia, pero esa melancolía le ha acompañado desde el inicio de sus actividades cotidianas.
Nunca como hoy le había resultado tan placenteramente útil la increíble capacidad de ocultar sus reales sentires a los demás. Por ello no sufrió incontables olas de preguntas a propósito de su estadío emocional o las medidas a tomar para solucionarlo.
Mañana y tarde pasaron, al igual que en su rostro falsas sonrisas y pequeñas mentirillas: “todo bien”, “mejor que nunca”, “las cosas van de maravilla”.
El día terminó y se da cuenta en la soledad de su habitación, bajó las sábanas, que una tormenta de lágrimas está a punto de impedir el correcto descanso y las siempre anheladas dulces ensoñaciones. No puede permitirlo. Desea encontrarse con todos esos seres fantásticos en tierras imposibles y respirar cuanto color aparezca mientras sus párpados permanezcan cerrados hasta el amanecer.
Cuando cree haberlo conseguido solo encuentra un enorme río imposible de cruzar o abandonar porque está dentro y la corriente le está arrastrando hacia quién sabe dónde…
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La torpeza es evidente. La falta de experiencia en torno al manejo de cierto tipo de herramientas ha traído como consecuencia golpes, moretones e incluso algunas heridas en manos y brazos. Se divierte porque tiene la certeza, pese a los recientes enfrentamientos en este difícil proceso de aprendizaje, de una mejor oportunidad de vida gracias a las nuevas habilidades en desarrollo.
Es media mañana y entonces recuerda las cuentas por pagar y, por lo correspondiente a los servicios públicos, el límite para hacerlo. Debe correr y deja su vestimenta de trabajo para salir a la zona de la ciudad donde están las oficinas de agua, luz y telefonía, todo en un radio de dos o tres cuadras desde el llamado centro histórico.
En el transporte público usa sus audífonos y escucha alguna lista de reproducción relacionada con Led Zeppelin, Rolling Stones, The Who y demás bandas de antaño mientras observa por la ventanilla los rostros de los otros seres y trata de averiguar cómo están, qué piensan, a dónde van.
Un vehículo en especial llama su atención porque es igual, incluso la persona tras el volante tiene rasgos muy parecidos, pero a esta velocidad y con su cabeza dando vueltas alrededor de “Babe I’m gonna leave you”, la hermosa sonrisa de la adolescente enamorada frente a él y la naciente preocupación porque olvidó los recibos en casa, no se da tiempo de confirmar o descartar el hecho. Además ¿para qué?, ¿a quién le interesa reconocer a su verdugo?
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Los primeros rayos del sol violentan los cristales y traspasan la tela hasta golpear su rostro. Durmió apenas un par de horas y luego, a consecuencia del frío, despertó de madrugada y por eso el amanecer no le sorprendió.
Su cabeza da vueltas, sus ojos arden, su pecho sube y baja en automatizados movimientos y se lamenta otra vez bajo la protección de su ego.
La única persona en quien confiar no está cerca. Quizá la encuentre mañana o dentro de una semana o meses y, hasta entonces, podrá sentirse libre de compartir y hablar y dejar a sus ojos expresar los dolores presos. Quizá haya oportunidad de reconocer el sentir y murmurar su nombre así, entre el arrepentimiento y el olvido…