Tras haber renunciado hace meses al PRI, el exgobernador Eruviel Ávila anunció su apoyo a Morena, pero sin sumarse a las filas de ese partido que, de todos modos, agradece la deferencia, pero pinta su raya con el exmandatario
J. Israel Martínez Macedo / @Mega_IsraelMtz
Crónica de una “traición” anunciada, un grupo de expriístas encabezados por Alejandro Murat, Adrián Rubalcava y Eruviel Ávila conformó la llamada “Alianza Progresista” para hacer público su apoyo a la candidata de Morena, Claudia Sheinbaum Pardo; quien de inmediato respondió, básicamente, que: muchas gracias, pero eso no significa que sean tomados en cuenta para algo en su gobierno en caso de ganar. La eterna sombra del rechazo que acompaña al exgobernador, lo sigue también en esta travesía.
Por obvias razones, en el Estado de México llamó la atención, particularmente, el caso del exgobernador Eruviel Ávila quien renunció al PRI en agosto pasado tras los resultados del proceso electoral para la gubernatura mexiquense y bajo las acusaciones de haber operado, principalmente en la zona del Valle de México pero también en otras regiones de la entidad, contra el partido tricolor en dicha contienda electoral y en el contexto de que varios, ahora, expriístas de su grupo cambiaran de camiseta y se pintaran de verde para la búsqueda de un espacio en las candidaturas de 2024.
Pese a todo, lo hecho por el exgobernador mexiquense no se puede considerar una traición en toda la extensión de la palabra. El ecatepequense ha hecho del oportunismo no solo un estilo personal de hacer política sino también una bandera que, al menos hasta ahora, le ha dado dividendos a él y al grupo que conformó desde sus tiempos como alcalde y al que consolidó y fortaleció en todos sentidos durante su periodo como gobernador; se valió del priísmo para acceder a los cargos que ha tenido pero nunca fue recibido como parte de la cúpula del poder en el tricolor.
Cuando tuvo la oportunidad presionó y coaccionó a los tricolores mexiquenses para hacerse de la candidatura a la gubernatura del Estado de México, bajo la amenaza de renuncia y en el contexto de una inminente campaña presidencial al año siguiente, logró imponerse y como tal llegó a un gobierno que no conocía y que nunca controló pero que le fue suficiente para acrecentar y fortalecer a sus huestes quienes se han beneficiado, también, de las acciones de su líder.
Al llegar al gobierno mexiquense impuso sus reales y defenestró a los priístas; él y los suyos, lejos de buscar el trabajo en equipo y aprovechar las alianzas, llegaron a desplazar con malos modos a quienes por muchos años habían manejado los hilos de la administración estatal, impusieron un estilo que se mantuvo en varias áreas de la administración estatal y que terminó por sumar a la derrota de 2023.
No le alcanzó para constituir una agrupación lo suficientemente sólida para hacer frente al entonces todavía poderoso Grupo Atlacomulco que, desde un principio, lo vio, lo consideró y le dio trato de ser un mal necesario; un grosero mandatario transitorio al que solo tenían que soportar por seis años y mantener en las cercanías a través de concesiones en cargos públicos para él y para algunos de los suyos.
Como gobernador no le dieron oportunidad para elegir a su sucesor, la decisión vino desde la Presidencia pero aún así intentó impulsar una candidatura que no prosperó y , en consecuencia, fue relegado; se le colocó a un lado del camino, donde no estorbara pero estuviera a la mano por si era necesaria su presencia en alguna fotografía o se requiriera una declaración.
Todavía, en 2018, el priísmo le concedió la senaduría por la vía plurinominal, desde ahí vio reducido a su grupo en la entidad; ya no hubo concesiones a sus huestes, simplemente se les cerraron las puertas del poder; no más candidaturas para ellos y ni hablar de espacios en el gobierno. Les enseñaron la salida y quizá por eso la tomaron.
Por todo ello es que en la salida de Eruviel Ávila del PRI y en la manifestación de apoyo a la candidata presidencial de Morena no se puede hablar de una traición como tal, porque nunca fue parte de los grupos priístas de la entidad, jamás fue integrado como parte del grupo en el poder; siempre fue el “exgobernador incómodo”, vilipendiado entre los tricolores y menospreciado en muchos aspectos y capacidades; siempre considerado inmerecedor del cargo en 2011.
De ahí el enojó de muchos priístas con la determinación del exgobernador de sumarse a los prófugos del partido para sumarse y buscar el hueso en otro lado. Permea esa sensación que trastoca el mal agradecimiento en “traición”, que considera que al de Ecatepec se le dio todo el apoyo y se le concedió lo que quiso en cada ocasión que lo pidió pero que siempre le negó aquello que el exmandatario más añoraba: el reconocimiento de los militantes del Gran Grupo, para eso ni la gubernatura ni la senaduría le alcanzaron.
Lo triste de la situación para el ecatepequense es que, pese a su intento de reconversión al morenismo amorfo de finales de 2023; los dirigentes del partido guinda (o solo rojo más quemado, como se le quiera ver) y su candidata presidencial han dado las mismas muestras de incomodidad que dieron los priístas en su momento; agradecen el apoyo pero advierten que eso no significa que lo aceptan o lo reconocen como parte de sus grupos; vamos, que ni siquiera lo integran a la militancia.
Eruviel se convierte poco a poco en el epítome del oportunismo político, ese que en unos cuantos meses será la tendencia para herederos de apellidos, nombres y partidos que sin mayor merecimiento o trayectoria buscarán seguir con el negocio familiar de vivir del erario más por la negociación entre amigos y aliados que por el trabajo político-social o el reconocimiento de la gente.
Ya varios de estos nuevos oportunistas asoman la cabeza a través de discretos pero no invisibles espectaculares colocados estratégicamente en sitio y número; como quien levanta la mano para ser visto pero no muy alto como para no llamar la atención demasiado y ser descalificado precisamente por no contar con nada más que un parentesco político y la ambición personal de mantener un estilo de vida.
Eruviel Ávila Villegas, “el hijo del vidriero”, el exgobernador, el expriísta, enfrenta el ocaso de su carrera en el ostracismo partidista, alejado de un PRI que nunca lo acogió del todo, imposibilitado para el reconocimiento de un Morena que no lo necesita y atorado entre la incertidumbre de pertenencia o no a un Partido Verde que lo espera con recelo y que observa en su figura la imagen de una amenaza más que la de una solución.
Irremediablemente terminará su periodo como senador en 2024 y deberá empezar de nuevo a construir alianzas que le permitan mantener vigencia, pero ya sin mayor liderazgo que el que pueda tener una trayectoria marcada por el oportunismo y el estigma de ser el eterno rechazado; tanto así que ni Morena, ese partido que le abrió las puertas y acogió a Manuel Bartlett y Napoleón Gómez Urrutia, quiso aceptarlo como uno de los suyos.