Tanto va el cántaro al pozo hasta que se quiebra.
Refrán popular.
Carlos Mota Galván / @CarlosMotaG
Anoche tuve un sueño y en él me encontraba inmerso en un anticuento, aquel que tiene sustento en la mitología griega respecto a un rey de Frigia (Midas), que convertía en oro todo lo que tocaba, sólo que aquí estábamos en México y en vez de rey se trataba de un Presidente, eso sí, con aires de emperador, que todo lo que tocaba se convertía en… Un verdadero desastre.
Conforme me adentraba en el sueño me daba cuenta de que este personaje buscaba manosear todo aquello que consideraba le traería dividendos, pero cuanto más se esforzaba, sus fracasos eran más significativos. Todo lo que buscaba capitalizar le salía al revés, decía querer garantizar la seguridad de los ciudadanos y ya llevaba 168 mil homicidios dolosos en su gestión y calculaban que serían 200 mil al final de su administración. A todo esto, se me hacía saber, habría que sumar los 800 mil decesos por COVID-19, lo que sumaría un millón de muertos en el sexenio.
A estas alturas ya el sueño era una verdadera pesadilla y una voz me decía: “Intentó garantizar un servicio de salud como el de Dinamarca y más de 66 millones de mexicanos no cuentan aún con seguridad social, faltan medicamentos y el caso de los niños con cáncer que no reciben atención por no contar con los fármacos le señalan permanentemente”.
En el anhelo del personaje por comunicar y desarrollar el sur de su país, deforestó 6 mil hectáreas de zonas selváticas, talando más de 10 millones de árboles y causando severos daños a la ecología, incluidos cenotes, plantas y animales protegidos. En fin, el Tren Maya, así se me dijo se llamaba el proyecto, independientemente de ver si funciona o no, traería consecuencias devastadoras al corto y largo plazo pues el daño causado era irreversible.
Conforme transcurría la noche, el sueño se hacía cada vez más pesado, me tenía más inquieto y cómo no, si empecé a ver forcejeos entre ciudadanos y policías, cuando de repente una pancarta me aclaró de que se trataba: eran trabajadores sindicalizados de algo que se decía Poder Judicial, los cuales se oponían a la desaparición de fideicomisos que según el personaje en referencia no les afectaría, pues la propuesta únicamente contempla, decía, dañar sólo a los de arriba, a los magistrados, por no plegarse a sus deseos.
Para ese entonces ya todo el sueño estaba plagado de insultos, quemas de figuras de cartón, que, aunque no creo solucionen nada, las polarizaciones tienen su leguaje, dicen, esto era el ambiente que privaba en mi supuesto reposo, todo ello en medio de dichos y diretes que pretendían convencer a los manifestantes a no ser aspiracionistas, sino a convertirse en modestos empleados serviles a la imagen y designios del mandamás, el susodicho emperador.
Todo esto, usted comprenderá, me llevó a despertar abruptamente y ya sentado en la cama las imágenes frescas aún me hacían reflexionar sobre los tiempos que vivimos. Me dije (para volver a conciliar el sueño, cosa que me fue imposible): Seguro en la mañanera buscarán la conciliación con estos trabajadores, pero cuando escuché ya bien despierto que AMLO les decía que si querían ganar más se fueran a despachos de abogados, entendí que la confrontación no tiene vuelta de hoja.
Poco después con la aprobación en la Cámara de Diputados de la desaparición de los fideicomisos (falta aún el Senado y ver si los trabajadores no interponen un juicio al respecto), me queda claro que López Obrador siempre será el mismo, cuando declara la guerra a alguien no le importan los daños colaterales y ataca a quien ose diferir con sus propuestas.
El Presidente se siente muy confiado en el apoyo conseguido con base en sus programas sociales de bienestar y seguro en que con sus políticas populistas conseguirá el refrendo para Morena por otro sexenio más, cuando menos, sin embargo, al mismo Titanic, se le consideraba inhundible y ya conocemos la historia,
México navega por mares difíciles y a cualquiera se le puede aparecer su iceberg.