octubre 14, 2024

Historias en el Metro: Rosita García

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Ricardo Burgos Orozco

En diciembre del año antepasado, es decir en 2021, me encontré en uno de los pasillos de salida de la estación División del Norte, de la Línea 3, a una mujer muy modesta que estaba pidiendo limosna con un pequeño bote de aluminio y que cantaba desafinada una canción muy viejita, que me recordó mi infancia: Paloma de dónde vienes, vengo de San Juan del Río…En aquel entonces escribí parte de la historia que me contó y está en mis relatos de ese último mes de hace dos años.

Este sábado 7 de octubre de 2023 bajé las escaleras de División del Norte, iba caminando distraído, con mis pensamientos en otro lado cuando escuché una voz suavecita, como no queriendo hacer mucho ruido, entonando desafinada, para variar, la melodía Juan Charrasqueado, dada a conocer en 1945 por el compositor Víctor Cordero Aurrecoechea. Volteé de inmediato y vi a la misma mujer sencilla de aquel entonces, paradita en el mismo lugar, con el temor de que algún empleado del Metro la fuera sacar.

La saludé con mucho gusto ¡Rosita, qué gusto verla nuevamente por acá, pensé que ya se había regresado para siempre a su tierra Huajuapan de León! ¡Ah, usted es el señor que vi hace dos años cuando hacía mucho frío! Me contestó y le respondí con una sonrisa por su buena memoria. Me preguntó mi nombre.

Rosita García, así se apellida, me dijo que se la pasa de la Ciudad de México, Huajuapan de León y Puebla, donde viven dos de sus hijas ya casadas. Me comentó que en noviembre se va a ir a su tierra oaxaqueña para pasar allá la Navidad y Año Nuevo y regresa a Puebla para estar unos días allá y regresar a la ciudad.
Tuvo ocho hijos cuyas edades van entre 30 y 45 años en los 15 años que vivió con su marido, quien falleció hace ocho años víctima de un infarto. Rosita vive sola en la Ciudad de México: Dice que paga mil 600 pesos por un humilde cuarto cerca de La Villa de Guadalupe, pero aclara que su vida es muy tranquila.

Le pregunté por qué no pide dinero en las estaciones del Metro más cercanas al lugar donde vive. Me contestó que por allá la gente no le da mucho y en el sur las personas son más desprendidas.

Me sorprendió cuando me confesó que tiene 62 años porque se ve de mayor edad, tal vez por su historia tan complicada: la muerte de su esposo, tener que batallar con la casa y los hijos ella sola, trabajar en el campo en tierras que ni siquiera eran de ella y de su familia, decidir venirse a la ciudad, encontrar una forma de subsistencia y mantenerse por ocho años así.

Bueno, Rosita, ya escuché que cambió de repertorio musical, le señalé. No, me dijo, es que ahora traigo de moda a Juan Charrasqueado, pero también sigo cantando La Paloma ¿Y su botecito de lata para pedir cooperación? De inmediato aclaró: Ahora traigo un vasito moderno de Unicel y si se me pierde lo cambio por otro aquí afuerita. Nos reímos de buena gana por su buen humor y le extendí un billete de 50 pesos, que guardó de inmediato en una de las bolsas de su delantal azul.

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