Octavio Campos Ortiz
El gobierno de la 4T instauró en México una democracia simulada, la cual supera con mucho a la dictadura perfecta descrita por Mario Vargas Llosa para definir el autoritarismo que ejerció el PRI durante más de noventa años. La actual administración se asume como un régimen democrático y reivindicador de los pobres, pero es una intentona por establecer un proyecto político populista basado en el ejercicio del poder mediante un presidencialismo omnipresente, omnipotente y omnímodo.
Durante el priismo también se abusó de la figura del Ejecutivo, cuyos excesos fueron denunciados por Daniel Cosío Villegas y Jorge Carpizo McGregor, pero había un respeto a la Constitución y a la división de poderes. Ahora, el mandatario se enviste de un poder casi imperial por encima de la ley, sin respeto a la forma de gobierno republicana, la competencia de poderes o los contrapesos constitucionales, donde al menos el Legislativo y varios organismos “autónomos” mantienen una permanente sumisión. El apotegma “a mí no me vengan con que la ley es la ley” refleja la esencia del proyecto político de la 4T.
El sistema democrático mexicano ya no tiene cabida ni en la narrativa oficial, donde ahora se pretende imponer la doctrina del humanismo mexicano -lo que quiera que esto signifique- y cambiar los estándares mundiales de crecimiento por los de bienestar, para con ello encubrir la falta de desarrollo. Pasamos de la dictadura perfecta Vargas Llosita a la democracia híbrida, con un pie en el régimen totalitario.
Pero la democracia simulada no solo se da en los actos de gobierno, también en los procesos comiciales y en la selección de candidatos.
Estorba la ciudadanización electoral y la existencia de un árbitro imparcial; es más cómodo para el proyecto político de la 4T minar al INE como organismo constitucional autónomo y tener consejeros “carnales” que no fiscalicen al gobierno ni exijan rendición de cuentas o respeto a la legislación. Quieren regresar al control gubernamental de los sufragios y del padrón ciudadano como ocurría con la Comisión Federal Electoral, dependiente de la Secretaría de Gobernación en los tiempos idos.
Así que de democrático solo tiene el enunciado este sexenio, donde ya en el pasado dio muestras de su autoritarismo en la CDMX, cuando simulaba elegir a un candidato y hacerlo renunciar cargo para imponer a otro personaje. Tal fue el caso de “Juanito” en Iztapalapa, obligado a entregar la delegación a Clara Brugada, también las “Adelitas” o “Juanitas”, quienes competían en las urnas para ser suplantadas por hombres.
Nadie con uso de razón cree en la encuesta que dio el “triunfo” a la exjefa de Gobierno. Desde hace dos años se sabía que la candidata del presidente era Claudia y que el resto de las corcholatas simularían una competencia democrática, con los dados cargados, al más pureo estilo priista y se comprobó que el “dedazo” está más vigente que nunca.
El gerente de Morena anunció que será mediante el uso de la tómbola como se seleccione a los candidatos plurinominales a cargos de elección popular. Otra simulación, con el riesgo de que lleguen a los Congresos o las presidencias municipales los menos capaces, los peor preparados para las funciones parlamentarias o de gobierno, como ya ha sucedido con políticos que no saben ni leer.
Bendita democracia simulada.
Si todavía subsiste la designación presidencial de candidatos, por qué no ahorrarse el dinero, público o privado, en disfrazadas campañas proselitistas y prestarse a la farsa de las dichosas encuestas o simuladas elecciones populares. No debería de existir ni las tómbolas, mejor hagan listas de los suspirantes palomeados por el elector mayor o supriman los comicios. La infodemia de las encuestas ahuyenta a los electores, quienes ven acotada su posibilidad de escoger una propuesta de gobierno.
Quién sabe si era mejor la dictadura perfecta que esta democracia simulada.