Ricardo Burgos Orozco
La Ciudad de México se encuentra en una zona de temblores. Me ha tocado vivir dos sismos muy fuertes en diferentes situaciones, el 19 de septiembre de 1985 y en la misma fecha en 2017. Yo no estaba en el Metro cuando sucedieron los dos fenómenos, pero este transporte fue muy seguro para millones de pasajeros en ambas situaciones.
Recuerdo que el 19 de septiembre de 1985 me estaba preparando para ir a un desayuno en el Hotel Alameda, en la avenida Juárez, cuando comenzó el movimiento de 8.1 de intensidad a las 7 horas con 19 minutos, se fue la luz, 90 segundos después se detuvo, miré a través de la ventana que da a la calle y vi que estaba en calma, salí y me encontré a mi vecino, Fernando Mayolo, fotógrafo de Excélsior en aquel entonces, y me dijo espantado: vámonos al centro porque el Zócalo está destrozado. Es que yo voy a un desayuno, le contesté; qué desayuno ni que nada, ahorita la ciudad está de locura, me dijo.
Inmediatamente me preocupé porque había dejado mi quincena en un cajón de mi escritorio de la oficina de prensa donde trabajaba, en un edificio cercano a la avenida Juárez, en el centro, dizque por seguridad para no traerlo la noche anterior que salí. También era reportero en Radio Educación.
Fue muy triste el recorrido en el coche de Mayolo del sur de la ciudad al centro. Vimos edificios derrumbados, cuerpos de personas fallecidas en la calle. Llegué al Hotel Alameda, lugar del desayuno, y estaba prácticamente en ruinas; casi enfrente estaba el Hotel Regis caído y otros más. Pude rescatar mi sueldo pese a que había restricciones para el acceso al edificio donde trabajaba. Me regresé en Metro a la casa, pero esa noche no pude dormir.
Al día siguiente estaba grabando una nota en Radio Educación y se dio una réplica. Salí muy espantado y me regresé en Metro a la casa, en División del Norte. Los demás días, los fines de semana, estuve en cabina para apoyar labores de rescate y de apoyo social y de alimentos a las personas que lo requirieran.
El 19 de septiembre de 2017 trabajaba en el sexto piso de un edificio de la Secretaría de Educación Pública en la Ciudad de México y acabábamos de tener un simulacro cuando empezó a temblar. Me pregunté en voz alta ¿Es una broma?
El 7 había temblado más o menos leve, por fortuna sin muchas consecuencias, pero este, de magnitud de 7.1, me parecía más intenso que de 1985; pensé que el inmueble se iba a caer en cualquier momento y más cuando sucumbió la puerta de cristal de mi oficina.
La dependencia donde trabajaba era responsable de las escuelas en el Distrito Federal. Nos enteramos casi de inmediato que se había derrumbado el Colegio Rébsamen; fallecieron ahí 26 personas, 19 de ellos niñas y niños. Lamentable porque después se supo que hubo irregularidades en la construcción lo que provocó la caída del edificio.
En ambas tragedias en 1985 y 2017, el Metro jugó un papel fundamental para transportar a miles de pasajeros que necesitaban trasladarse. Me dicen varios trabajadores del Sistema de Transporte Colectivo que el Metro es muy seguro cuando ocurre un sismo. Desafortunadamente no sucede así en otras circunstancias.