Alejandro Evaristo
Está asustado. Las voces en su cabeza se han apaciguado por un momento y en su lugar hay luces, decenas de diminutas luces viajando desde la profundidad del iris hasta el punto en el cual sus ojos aún pueden distinguir, hasta donde aún tienen la capacidad de hacerlo.
Involuntariamente acelera el paso porque sabe perfectamente lo que eso significa y el sitio donde ahora está no es el más apropiado para enfrentar las horas por venir. Mientras avanza se encuentra con los afables saludos de decenas de personas a quienes corresponde con un tímido movimiento de mano porque el malestar muscular empieza a aparecer y el sabor amargo en el interior bucal le acompaña.
Por fin llega a casa y se pregunta cómo hará para evitar la luz artificial de la lámpara frente a su ventana. El tintineo de las llaves al tratar de abrir la cerradura le molesta y su música favorita en el reproductor automático está a punto de convertirse en la peor de las torturas. Cierra la puerta y deja el portafolios y el saco en el sillón mientras desajusta un poco el nudo de la corbata dirigiéndose a la cocina, no sin antes apagar el equipo de audio y evitar a toda costa la entrada de luz.
Preparar el remedio será un gran reto porque el dolor empieza a manifestarse y el zumbido de la estufa de inducción es suficiente para provocar calambres y generar dispersas corrientes eléctricas a lo largo y ancho de todo su sistema nervioso, en especial arriba, dentro de su cabeza.
Se convence de alguna forma de poder soportarlo pero la realidad le propina un buen golpe al rostro y los implementos que pretendía usar caen y le envían estridentes decibeles de asco, repulsión y dolor.
El único lugar seguro en casa es el baño. Como puede sube las escaleras y arrastra consigo una cobija que alcanzó a sacar del armario. Cierra la puerta y se acurruca en un rincón presionando con ambas manos las sienes y en espera de las primeras arcadas…
***
¿Qué estás tomando? Es la medicina para la cabeza.
El viejo no quedó contento con la respuesta y empezó a hacer más preguntas: ¿qué tienes?, ¿duele?, ¿dónde?, ¿cómo es?, ¿qué tan intenso?, ¿cómo te afecta?, ¿qué sientes?, ¿hay algo que lo detone?, ¿qué haces cuando te duele…
La curiosidad implicaba interés y eso era lo más cercano a una manifestación de afecto de su parte desde que lo recordaba. Huraño, ajeno y siempre distante, no hallaba mejores términos para describirle. Él no sabía de sus bimestrales visitas al médico para evaluar el avance de los medicamentos y mucho menos de los encefalogramas y tomografías que para entonces ya le habían practicado. Tampoco tenía idea de la gente en su cabeza, como les llamó cuando en los últimos años de su niñez les enfrentó por primera vez.
Respondió sus preguntas y el viejo escuchaba con atención con la mirada perdida, como buscando respuestas en la ciénega, más allá del río, donde el sol muere cada tarde…
***
No hay mejor definición para “eternidad” que un par de horas enfrentando demonios y aferrándose al inodoro arrojando amarguras de color verde y odiando los ocasionales destellos de luz presentes, enfrentando severas punzadas descritas como alambres ardientes penetrando en cada nervio de su cabeza.
La noche se alejó y con ella cabalgaron los malestares y las ansias y también el sueño. Solo para asegurarse de no tener que enfrentar otro episodio se dio un baño con agua fría y se vistió.
En la cocina recogió los implementos regados por el suelo, limpió la leche derramada y arrojó la tablilla de chocolate a la basura porque las moscas empezaban a dar cuenta de ella. El huevo y la ruda estaban en el lugar de costumbre, listos para ser usados ante la posibilidad de un nuevo ataque de migraña.
Mientras lo hacía recordó la receta del viejo y sonrió sin darse cuenta. Sin duda fue el mejor de los remedios y gracias a ello pudo deshacerse de doctores y estudios y medicinas. Solo estaba el pequeño inconveniente de tener que prepararlo cada vez él mismo porque como siempre, no había nadie cerca.
En fin. Abrió la puerta y se enfrentó al mundo otra vez… agradeció a los rayos del sol que maltrataran su rostro…