Alejandro Evaristo
No puede pasar nada entre nosotros porque están a punto de marcharse.
Tiene razón.
De pie a las afueras de su hogar le sonrío y reitero mi disposición a cuidar sus cosas, regar las plantas y alimentar y pasear al enorme husky siberanio en tanto su esposo regresa de la reciente adscripción antes de embarcarse y darle alcance.
Son una pareja relativamente joven y la relación con ellos ha sido cordial desde el inicio, aunque a estas alturas hemos aprendido a convivir y compartir, lo cual ha dado pie a una sólida amistad desde hace ya un par de años.
En no pocas ocasiones hemos compartido, la más reciente hace tres semanas, cuando en el aniversario organizaron una reunión con sus familiares más cercanos y el único invitado ajeno a ese clan era quien escribe.
Llegué poco después del anochecer. Algunos ya se habían retirado y otros bebían y celebraban la vida muy a su manera. Por turnos interpretaban canciones y compartían recuerdos, bailaban y juraban en cada oportunidad que jamás hubo mejor época. Otra vez, tienen razón.
Mi nueva condición surgió en respuesta a las recomendaciones médicas y al afán por llegar a un futuro cercano a la playa y atardeceres en el sureste, lo cual no ha sido impedimento para disfrutar y convivir y reír. Dada mi condición de abstemio me ofrecí a llevar a los tíos y a los primos para asegurar su bienestar y evitar así algún tipo de situación provocada por el exceso de whisky y brandy. Aceptaron, por supuesto y me embarqué en la aventura de un viaje hacia al menos tres domicilios diferentes a lo largo de la ciudad…
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Toma mi mano y pide no soltarle. Avanzamos por los pasillos de la enorme plaza comercial y cada tanto se da tiempo para agradecer la disposición. Le dejo creerlo. De alguna forma olvidó la charla de días antes, cuando le comenté la necesidad de venir a las oficinas administrativas del tercer piso para cubrir el saldo restante por el servicio de agua potable y que a punto estuvo de ser suspendido.
Por la mañana nos encontramos en la entrada del fraccionamiento, aunque no la reconocí al inicio. A decir verdad no presté mayor atención a la persona porque la mirada se dirigió instintivamente a la vestimenta y el porte y la figura. Cuando saludó caí en la cuenta. Las sonrisas se encontraron y empezó el intercambio de palabras.
El mismo destino.
Compartimos espacio, impresiones y algunos planes. No había mucho por hacer y propuso desarrollar actividades en conjunto. Fuimos primero a cubrir la deuda, la única tarea por cumplir durante el día de descanso; en el plan original habría hecho lo mismo y dedicado el resto del día a revisar los textos recién adquiridos en la librería, elegir un nuevo rompecabezas de 5 mil piezas y quizá alguna función en el complejo cinematográfico para después regresar a casa.
Pero las cosas cambian y las decisiones pueden no ser absolutas. En lugar de ello me vi empujando un carrito en el supermercado, comiendo pizza vegetariana y eligiendo las mejores tonalidades de rojo para sus labios y el color de su piel.
Coincidimos en los libros. Ella buscaba la biografía de Teresa de Calcuta mientras yo hurgaba en busca de alguna novela con terror y o suspenso como principales atractivos.
Se acerca el aniversario y quiero sorprenderle, ¿me acompañarías a elegir algo de lencería?
Pidió prendas en algodón y otras en seda, encajes negros, incluso un bellísimo y excitante conjunto de esos válidos en la intimidad del placer y la nada despreciable compañía de eso que llaman amor. Hizo mil preguntas y para todas encontró respuestas y aceptación…
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Al regresar estacioné el vehículo en la entrada y fui a casa. Por la mañana acudí a entregar las llaves y la encontré entristecida y hasta un tanto decepcionada me atrevería a decir.
Agradece el gesto de la noche anterior e invita a compartir un café en el comedor, en la sala no porque el amigo sigue dormido y en el “love seat” están las bolsas y los regalos adquiridos días antes.
En un par de horas le despertará porque el vuelo está planificado a las 6 de la tarde y así tendrá tiempo de recuperarse. Repite las indicaciones para confirmar su correcta comprensión, agradece el favor de la amistad y habla con la enorme bestia besándole y acariciándole sabedora de su innegable buen comportamiento. Penosamente se acerca la hora y vuelvo a casa con la imagen de sus largas piernas enfundas en las medias negras…
Hasta siempre…