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Alejandro Evaristo
Alrededor de cada nota surgida de ese hermoso piano negro empieza a imaginar. El movimiento magistral de las manos y dedos del artista provoca el florecer de la melodía, sonríe y busca en el horizonte del enorme salón la mirada desconocida allá, en otras tierras y un nuevo mundo.
Con toda delicadeza se incorpora, toma los laterales de su vestido de satín blanco y los extiende porque este es un nuevo día y es feliz. La tela cubre el talle y se permite manipular abanicando hacia uno y otro espacio para luego dejarse fluir a lo largo de la cintura hasta casi llegar a los tobillos.
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En un nuevo movimiento de iguales características entrelaza sus manos y las lleva a la altura del pecho. Los rayos del grandioso astro le alcanzan y le suplican una oportunidad. La avellana de sus ojos brilla, sus labios enrojecen un poco más y en un gesto de aceptación extiende los brazos para dejarse llevar.
Se sabe libre, se siente viva. La sonrisa se acentúa en cada movimiento y cierra los ojos para sentir la brisa que llega desde la profundidad del mar para refrescar el alma ahora y aquí.
Hay menta en su aliento y esperanza a lo largo de la piel. Ambos aromas se conjugan para armonizarlo todo y los cuatro puntos cardinales aceptan la decisión porque es la mejor. Cada movimiento es un nuevo impulso y cada exhalación un poco más de edén.
Esta melodía cesa y el marfil cede a nuevos toques y roces.
Se detiene y con una leve inclinación del cuerpo agradece la oportunidad porque pretende volver al original punto de partida y el tiempo, dicen, apremia…
***
El viento hace de las suyas por todos lados. No necesita autorización alguna para ir, venir, hacer y deshacer a gusto, que no conveniencia: aviva llamas, levanta faldas, mueve estructuras, envalentona brisas para convertirlas en huracanes y, por si fuera poco, también genera riesgos y estos, a su vez, miedo.
Cuando decide abandonar el singular de una hoja seca en el parque, cada uno de ellos se reúne para arrastrar tormentas y ahí es precisamente donde se empieza a valorar el refugio. El del escriba está en la mente, en la capacidad para analizar la situación desde diferentes perspectivas para así poder actuar.
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El impulso del hacer, el del viento, es capaz de mantener el vuelo en lo alto, sin duda, pero el entendido de que un día llegará a su fin debe generar reacciones. Esa y no otra es la razón para fortalecer las alas, estudiar la altura, fluir bajo su impulso o escapar a su coraje.
Podría resultar contradictorio, pero la firmeza ante sus embates no siempre es la mejor respuesta.
¿Lo sabes?, yo estoy aprendiendo…
***
La suya sonrisa es inolvidable, en especial después de un comentario o un gesto cualquiera. Esta mañana le observé hacerlo al amanecer, mientras acariciaba la visión de sus hombros descubiertos y la perfección de su espalda desnuda.
El interés no era despertarle, solo murmurar a su piel un poco estos labios y apenas la ligereza del tacto al cada contorno disponible, incluso en el nombre, el desde entonces presente y vivo, al filo de la voz y a la orilla de este nuevo presente de danzas y especias con sabor a sol… ¿bailamos?