Alejandro Evaristo
“…Todo es vacío. Allá y aquí. No hay una sola situación con el suficiente sentido como para poder usarle de pretexto y continuar. ¿Para qué? La mesa, la habitación, el alma… todo está en las mismas condiciones y sin rasgos de mejora en el corto plazo. ¿En serio crees en una posibilidad? No, así no…”.
Da por terminada la llamada y deja el móvil sobre la mesa, más allá del cenicero y el vaso cuyos hielos empiezan a cambiar de estado.
Ya no hay lágrimas, por eso le duele más ese terrible sentimiento y las permanentes ganas de llorar.
Son las 3 de la mañana y lleva horas así, quizá días. La comunión entre hastío, sed, hartazgo, decepción, dolor y melancolía han dado forma a un terrible monstruo surgido desde sus propias sombras para brindar con él y su fracaso.
Otra vez el refrigerador y tres hielos al vaso. Inclina la botella, al menos ahí no hay ausencia. Sigue siendo vodka. Regresa a su sitio original en la mesa y trata de aspirar la llama del encendedor a través de un cigarro sin lograrlo. No podrá incendiar su interior.
Una bocanada y un trago más.
Las palabras regresan a su obligado aislamiento y él detesta saberlo pero, a pesar de la cantidad de alcohol en su sangre lo sabe: está solo…
***
La colectiva se ha detenido. La puerta corrediza se desliza a la izquierda y se alegra al encontrar solo a cuatro pasajeros y el chofer.
Los buenos días vuelven a él de la misma forma automática en que los ofreció antes de sentarse en la parte trasera, junto a la ventanilla abierta y el aire frío. A su costado hay un espacio vacío y un poco más allá una mujer de unos 60 años sonríe.
Le llama la atención.
Su piel no es del cobrizo común en estas tierras y el color natural de sus labios contrasta en lo fundamental con ella. Viste un conjunto floral sin mangas y hermosas zapatillas negras con apertura en la punta, apenas adecuada para dos de los dedos cuya timidez resulta un tanto evidente.
Sus labios apenas cerrados aspiran a profundidad el aire y, cuando lo hace, sus ojos se cierran por un momento para abrazar la sonrisa y los tiempos por venir.
La ilusión sobrevive al momento. Se sabe observada. Cualquiera cosa arraigada en su pensamiento es bienvenida en el pecho, su elevación y descenso lo muestran y es más evidente cuando un dejo de picardía es atrapado entre el labio inferior y la dentadura perfecta.
No puede apartar la mirada, no desea perder esa visión. La tela empieza a moverse peligrosamente y una de sus manos se desliza por la cara anterior de la pierna para evitarlo. Va de la cintura a la pantorrilla y deja su sentir en un suspiro solo evidente a la lascivia provocada aun en la ausencia de la piel oculta tras el nylon negro.
Han pasado casi 20 minutos de éxtasis visual y se lamenta porque el destino está ya en la siguiente esquina y debe descender.
Ambos se incorporan y solo él ofrece un pedazo de papel moneda cuyo valor es suficiente para cubrir el costo por el traslado de ambos.
Ella agradece el gesto…
***
Entre la superficialidad etílica y la acidez del cansancio escucha que llaman a la puerta. Reúne los pedazos destrozados de su vida y los acomoda como puede en sus respectivos sitios.
No hay embriaguez ni resaca, solo un potente aroma a fracaso rodea su cuerpo y así encamina sus pasos.
Abre la puerta y no se sorprende. Ella ha vuelto con otro paquete de cigarros y una botella más de vodka.
Este será otro largo fin de semana…