noviembre 22, 2024

Sesiones de ti: La primera vez de nuestras bocas (I)

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Alejandro Evaristo

Alrededor de los ojos antes avellana hay intenso frío, de esos que calan hasta los recuerdos y queman la piel descubierta. Lo curioso del asunto es la estación: en primavera “la temperatura es estable, con pocas o nulas precipitaciones y un poco de nubosidad en todo el territorio…”.

Mina lo sabía, siempre lo supo. Por eso insistió tanto la otra noche. En algún momento olvidó el nombre y mientras lo preguntaba observó a profundidad.

“Son hermosos –dijo-, nunca había visto ojos cafés rodeados de un azul tan acero, tan extraño…”.

Mientras acariciaba su larga y profusa cabellera negra, arrancó la vista y recargó su cabeza en mi pecho. “Eres raro: tienes esa extraña tonalidad en la mirada, el vello de tu pecho tiene forma de cruz y resalta porque la mayor parte son pelos blancos y tu corazón tiene ritmo como de domingo…”.

  • ¿De domingo?
  • Sí. Tiene armonía, trabaja sin prisa, sin ansia. Como si con cada latido acompañara al aire que entra en tus pulmones cuando respiras. Es como si tratara de repetir en su trabajo el ritmo de “Dream On”, ¿la conoces? Es mi canción favorita y este año cumple medio siglo…
  • No sabes lo que dices.
  • Claro que sí… mira.

Dicho esto y con la agilidad de una bailarina de ballet, como a la larga resultó según confirmé horas después, se montó con toda su desnudez. Sus pechos reposaron en la piel sobre mi ombligo, se hincó sobre mi cuerpo colocando sus rodillas al costado de este deseo y se tumbó sobre mi pecho pegando su oído a la altura del corazón con la mano izquierda jugando con el vello y la derecha buscando provocar un nuevo encuentro… lo consiguió…

***

La diferencia son 12 o 13 años, no recuerdo bien. Ama bailar salsa, comer pasta bien preparada y una noche de queso, pan y vino; también es fiel seguidora de un trovador y cantautor llamado Fernando Delgadillo quien compuso “Julieta”, otro de sus temas favoritos, disfruta enormidades leyendo acostada en la alfombra o su cama, eso sí, bien abrigada con una breve tanga y tiene una capacidad envidiable para enfrentarse a la vida.

Por el contrario, detesta usar sostén, también a las personas sin tema de conversación, que le hagan perder el tiempo y despertarse cada mañana a las 6 para cumplir con un trabajo cuyo disfrute no ha encontrado desde hace por lo menos cuatro o cinco años “pero como mis cosas no se pagan solas, pues…”.

Nos presentaron en el pasillo, entre decenas de personas yendo y viniendo a quién sabe cuántos sitios. Iba enfundada en un vestido de lycra gris, con las hermosas piernas a buen resguardo bajo unas medias negras y zapatillas en la misma tonalidad.

Sonreímos sin apartar las miradas. Confirmamos en silencio el impacto y fue como si todo y todos desaparecieran mientras le preguntaba su nombre porque, con tanto barullo, no le había escuchado. La obligué con sutil movimiento a repetirlo a mi oído mientras atrapaba su aroma. Luego no hubo más excepto el tono de su voz, los gritos de sus ojos y esa inquietante sonrisa solo para mí.

  • Vaya, así que en el nombre llevas la penitencia…
  • ¿Por qué lo dices?
  • Si mal no recuerdo eres aquella deidad romana, la virgen de la guerra, la justicia y la sabiduría. Tienes el nombre y por lo que veo también el porte…

Por un segundo enserió el semblante, pero de inmediato soltó la carcajada y abrazó por primera vez lo que soy. Hablamos por horas y cuando nos separamos, despidió el encuentro con un beso en la mejilla mientras murmuraba: “puedes llamarme Mina…”.

***

Busqué el regalo perfecto por todos lados. Con tanto admirador tras ella seguro tendría ya flores, chocolates, peluches y quizá hasta alguna gargantilla o una pulsera de oro florentino, su favorito.

Faltaba una hora para la cita y solo quedaba visitar la tienda de viejo. Quizá elegiría un reloj de esos que le permitieran recordar a su padre o un juego de copas para ambos. En su lugar encontré una caja con discos compactos, de vinil y uno que otro casete. Solo por curiosidad revise el contenido y, ¡sorpresa! Ahí estaba. Era la primera edición de Crystal y Acero, del año 1998. “Drácula, ópera rock” me llamaba y no dudé un segundo. Este era el obsequio ideal.

Ella ama esa novela, aunque no está muy convencida de ninguna de las películas, excepto quizá por la versión protagonizada por Keanu Reeves.

Cuando nos encontramos le abracé, susurré a su oído mil felicitaciones y extendí mi mano con el disco bien envuelto en una romántica hoja de papel periódico. La destrozó, luego de verla me miró con algo de lluvia en sus ojos y volvió a mis brazos. Entonces yo solté la frase y la besé.

Temía que no llegaras…

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