Alejandro Evaristo
Algo no anda bien. De la nada empezó a dormitar en pleno proceso laboral y eso, es sabido, se interpreta como un síntoma inequívoco de profunda desconexión y una probable y muy viable posibilidad de alterar los resultados o, por lo menos, el desarrollo correcto de las acciones para poder concretar el objetivo deseado.
Los procesos de contención deben hacer de las suyas entonces y actuar en consecuencia: tomar un momento para determinar las causas de ese “mal-estar”, analizar las posibilidades e implicaciones de continuar bajo ese estado, plantear escenarios a partir de ello y tomar decisiones para resolverlo.
Parece fácil, sin duda. No lo es. Créame.
Hay personas con un profundo conocimiento sobre su propio organismo y mente; otros carecen de tal capacidad por diversas circunstancias, desinterés o desconocimiento por ejemplo, y hay quienes simplemente “fluyen” porque tienen la seguridad de que las cosas no podrían haber sido de otra manera.
Lo cierto, si se me permite la afirmación, es la necesidad de identificar los síntomas, averiguar sus causas y entonces, solamente así, poder enfrentar y solucionar la apremiante y riesgosa situación.
No se trata de combatir la sensación, sino de encarar el problema oculto bajo un nebuloso sesgo físico y avanzar un poco más allá… solo un poco cada vez.
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En el sitio que llamo hogar habitamos varios como yo con diferentes características: fuertes, insensibles, románticos, apáticos, entusiastas, ladrones, libre pensadores, pasionales, intuitivos, satisfechos, inconformes, detestables, amorosos, invaluables, carentes, líderes, seguidores… la gama es incalculable y la convivencia, por ello mismo, siempre es caótica.
Me explico.
Tenemos diferencias, claro está. Uno a veces desea una taza de café, otro más preferiría una cerveza y aquel, el de la orilla del corazón, quisiera poder disfrutar de una buena copa de licor amargo antes de dormir.
La decisión al final es un vaso con agua y la disposición total a enfrentar los demonios de la noche: insomnio, dudas, soluciones, situaciones, requerimientos y demás aparecen y bombardean el silencio y la comodidad del lecho. Se cobijan a nuestro lado y dan forma a la almohada para poder descansar mientras les pensamos porque ahí están.
En ese estado aparecen de la nada situaciones anómalas y caemos en la cuenta: estamos ya en el reino manipulado por Morfeo y sus secuaces.
Todo es mentira a partir ahora: no hay personas muriendo bajo toneladas de piedra y escombros en una ciudad cercana y desconocida; es imposible volar y mucho menos teletransportarnos a voluntad hacia un lejano lugar del universo para recibir una sonrisa y una palmadita en la espalda acompañada de un aliviante “todo estará bien”; no hay caballos verdes y rojizos tratando de imitar a Pegaso y muriendo en remotos acantilados ocultos en el patio trasero del castillo…
Solo el miedo es real ahí, pero si soñamos y tenemos control de esa onírica realidad… podemos despertar, ¿o no?
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La realidad es una ciudad apagada. Un montón de cosas destruidas e imperceptibles a nuestros pasos y deseos. Quiero pensarme atrapado aún en un sueño y nada de lo visto es real. Que no hay tal sed y tampoco sangre escurriendo de la espalda arqueada a consecuencia de dolorosos espasmos de oscuridad y noche, que todos aquí estamos bien y esos allá no gritan ni lloran en busca de aliciente…
Él se da cuenta. Necesita despejar la mente, recuperar la poca voluntad restante y guardarla en el bolsillo delantero del pantalón antes de seguir arrastrándola junto a sus pasos y limitarse a asimilar el dolor en la espalda, así como el cansancio.
Un poco de agua será suficiente, tal vez.
El problema son los vasos, porque están al otro lado, junto a la grieta en el pasillo y los demonios que de ella surgen… nada es real, excepto la sed y esa enorme araña…