Ricardo Burgos Orozco
Para quienes viajamos en el Metro de la Ciudad de México todos los días sabemos que hay horarios en los que resulta mucho más complicado tratar de subirse a un vagón. Los horarios más difíciles son, por supuesto, en la mañana de 7 a 10 horas y en la tarde, de 18 a 21 horas, aunque hay líneas que se saturan todo el día.
Hace unos días me tocó en la tarde la experiencia de circular en un tren sobresaturado de Tacubaya a Pantitlán. Fue horrible, como dijera el clásico, porque íbamos muy apretados, no cabía una persona más, pero el vehículo por protocolo debía estar parándose en cada estación y mientras más avanzaba, la gente en los andenes estaba desesperada por subir.
Todo empezó cuando el tren se tardó casi 15 minutos para llegar a la terminal Tacubaya. En los pasillos había usuarios muy inquietos y empezaron a protestar pidiendo el transporte; algunas personas silbaron recordatorios familiares al personal de la estación, otros proferían insultos; el colmo es que llegó un tren que venía con gente desde Pantitlán; para evitar pérdida de tiempo, se direccionó al andén para recoger a los pasajeros que ya estábamos esperando. Para colmo, a una señora se le rompió en ese momento un tacón de su zapatilla y mientras trataba de recogerlo, obstruía la entrada.
El conductor del tren que llegaba, hacia sonar su sirena, pero en forma de sonido de mentada de madre lo que hizo alborotar aún más a los usuarios, que respondieron de la misma manera con silbidos. El trabajador del Metro nunca debió actuar de esa manera siendo un servidor público, pero tal vez él también estaba desesperado por los retrasos.
Pude entrar al vagón dificultosamente. Apenas me podía mover con tanta gente y sabía que era el principio de un recorrido complicado porque en cada estación se iba a llenar más y más, sobre todo en Centro Médico y Chabacano, estaciones de correspondencia a las líneas 3 y 2, respectivamente.
Ya cuando llegamos a Centro Médico no se podía subir nadie más, pero se compactaban quién sabe cómo. Me estaban empujando contra el asiento de una señora mayor; su marido trataba inútilmente de hacerme a un lado hasta que él mismo reconoció que era imposible.
Para colmo, el tren se detuvo varios minutos en Lázaro Cárdenas, Chabacano y Jamaica. Algunas personas se veían desesperadas, respiraban dificultosamente en ese mar de seres humanos, algunos trataban de mostrar tranquilidad, pero en su cara se notaba la preocupación. Después de varios minutos, cuando se escuchaba el zumbido de cierre de puertas, era música para nuestros oídos y todos nos sentíamos aliviados momentáneamente.
Después de ese largo recorrido, por fin llegamos a Pantitlán. Yo viajo esporádicamente en esa línea y a esas horas de la tarde, pero me imaginé a los miles de usuarios que padecen el Metro sobresaturado todos los días para llegar a sus casas después de salir del trabajo. Y no sólo es la Línea 9, son todas. Ya somos muchos millones de habitantes en la Ciudad de México; por eso el transporte público cada vez es más insuficiente.