Miguel Tirado Rasso
Don Adán, se ve más a sus anchas como
aspirante presidencial de un partido político,
que dirigiendo la dependencia del gobierno federal
que supone una conducción democrática,
conciliadora e imparcial.
No habrá quién pueda negar que los tiempos de la sucesión presidencial llegaron para quedarse con una gran anticipación. Ventaja para unos, las denominadas corcholatas que gozan del privilegio de un cargo público que les permite realizar su auto promoción, léase precampaña, a la sombra del desempeño de su función, con gastos pagados, y no precisamente de sus bolsillos.
Para otros, los de la oposición, los que aspiran al poder, la precipitación en el banderazo oficial de inicio para la carrera hacia la silla presidencial, los tomó por sorpresa, por decirlo de alguna manera. El inesperado destape de tapados (corcholatas), aún antes de cumplirse los tres años de gobierno, a menos de la mitad del período sexenal, tuvo su impacto en una oposición confundida y desarticulada, que ha tenido que adaptarse a un nuevo estilo en el que la legalidad obliga a unos y, a otros, no tanto.
Acostumbrados a la experiencia histórica de un añejo ritual con pequeñas variantes en el juego de tapados del proceso de la sucesión, en los que el titular de Ejecutivo, líder nato del partido en las épocas de gloria del tricolor, era quien determinaba nombres, tiempos y reglas del juego, y en el que se imponía el principio de “el que se mueve no sale en la foto”, sueltos ahora, no les resulta fácil encontrar la mejor estrategia para enfrentar al poder.
Peor aún, cuando la vieja fórmula priista se replica de alguna manera desde el poder, con un titular del Ejecutivo poderoso que, sin ninguna limitación, ha decidido involucrarse de manera abierta en el proceso de la sucesión, designando a sus corcholatas, animándolas a hacer campaña, algo que la ley prohíbe en esta etapa, haciendo sorna de las oposiciones y “destapando”, según su leal saber y entender, a 43 supuestos aspirantes del “bloque conservador”, para, según él, ayudarlos y que “dejen de estar haciendo el ridículo”.
Por lo pronto, los tres favoritos del Ejecutivo, intensifican sus apariciones a la menor provocación. Pero quien en estas últimas semanas ha destacado por sus dichos y su actuación, es su paisano, el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, que, inmerso en su papel de corcholata, ha olvidado lo que representa su cargo, para hacer exactamente lo opuesto a lo que estaría obligado como titular de esa dependencia.
La Ley Orgánica de la Administración Pública Federal (LOAPF), establece como unas de las principales funciones de la Secretaría de Gobernación, fomentar el desarrollo político; facilitar acuerdos políticos y consensos sociales para que se mantengan las condiciones de unidad nacional, cohesión social y gobernabilidad democrática. (Art. 27, frac l). Y su ley orgánica señala que a su titular le corresponde fijar la política de las relaciones del Poder Ejecutivo Federal con los partidos políticos y para el fortalecimiento de las instituciones democráticas (Art 5 fracs XX y XXV).
Las declaraciones y entrevistas que este funcionario ha dado ya desde hace algún tiempo, corresponden más a las de un aguerrido militante de Morena que aspira a la candidatura presidencial, que al funcionario público responsable de llevar las relaciones del gobierno con los partidos políticos. Adán Augusto se ha dado gusto descalificando a gobernadores de la oposición por no apoyar las reformas de Palacio sobre la Guardia Nacional y criticando a legisladores de otros partidos por votar en contra de esa iniciativa. Ya de procurar acuerdos o consensos con los “conservadores”, mejor ni hablamos.
Y es que el respeto que debiera existir hacia quienes piensan y opinan diferente, válido en cualquier democracia, no opera en el estilo de la 4T, en la que solo cabe la sumisión, el sometimiento, la incondicionalidad y la obediencia. Convertido en cabildero, otra función que no le corresponde, Adán Augusto utilizó todas las artimañas concebibles para romper con la división de poderes y presionar a los legisladores del Congreso de la Unión para emitir su voto a favor de las iniciativas del Ejecutivo.
Ahora recorre el país para hacer lo mismo en los congresos locales y que la reforma constitucional, para la militarización de la seguridad pública en el país hasta 2028, sea aprobada. Algo que en rigor no tendría que hacer, pues Morena cuenta con los suficientes gobiernos y congresos locales, 21, que suman más de la mayoría requerida para la aprobación constitucional. Pero, el pretexto le viene como anillo al dedo. Necesita placearse, porque en eso de la popularidad y de la imagen pública, sus competidores de casa, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, le llevan buena ventaja. La gira nacional, entonces, es una buena oportunidad para mejorar su posicionamiento.
Don Adán, se ve más a sus anchas como aspirante presidencial de un partido político, que dirigiendo la dependencia del gobierno federal que supone una conducción democrática, conciliadora e imparcial.
Octubre 27 de 2022
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