CULTURA IMPAR
José Manuel Rueda Smithers
El egoísmo no es vivir como uno desea vivir, es pedir a los demás
que vivan como uno quiere vivir.
Oscar Wilde.
Las reglas de la buena redacción señalan como poco positivo iniciar los textos cuestionando a los lectores sobre los temas que se tratan. Pero hay ocasiones en que es la mejor parte para que las ideas fluyan y retroalimenten a quienes buscan sembrar una pizca de duda personal de cada mente.
Al hablar de inclusión, es regla básica cuestionarse uno mismo respecto del cómo vemos hacia afuera los conceptos de las diferencias sociales, físicas, económicas o materiales respecto de los demás. ¿Soy realmente inclusivo en mi forma de ser? De esa, de la cotidiana. ¿De verdad soy inclusivo?
La Cultura Impar manejó que la inclusión social es el acceso a la educación, servicios de salud, oportunidades de trabajo, vivienda, seguridad, etc; sin importar su origen, religión, etnia, orientación sexual, capacidad intelectual, género, situación financiera, entre otros.
Ok; eso es en cuanto a las letras se refiere. Pero ¿de verdad soy inclusivo en mi cotidiano? ¿Qué tanto admiro, respeto o envidio a todos aquellos que veo día a día? ¿A mis vecinos? ¿A mis “iguales”, a mis compañeros de viaje en la vida rutinaria?
¿La verdad? Muy poco, y ello por temor a la autocrítica. Es más simple ver la paja en el ojo ajeno; es algo que inmerso en la psicología humana, y se necesita mucho valor para analizarlo hacia dentro del propio ser.
Según la ONU, para que exista la inclusión social es necesario un entendimiento de los beneficios que conlleva y de un profundo respeto de todos los individuos en una sociedad. Esto a su vez apoyado por las leyes, haciéndolas valer con mecanismos de supervisión.
Así entonces, se pasa a la parte de los gobiernos (sin importar partido, tendencia o tiempo). Los especialistas señalan que el 100 por ciento de los gobiernos -en el mundo- son poco inclusivos, pero muy habilidosos en mostrar lo contrario. Es razón política ser envidioso y no incluir en los proyectos a todos los que deben servir, por una simple razón, sobre todo electorera.
Recupero en desorden unas ideas que escuché a la Doctora en Comunicación Sandra América Rodríguez Peña, durante la ceremonia de entrada de Gilda Montaño Humpfrey como presidenta de la academia de Comunicación de la Sociedad Mexicana de Estadística y Geografía del Estado de México, la SOGEM:
“El mundo cambió y la sociedad, antes receptora de información, se empoderó y se convirtió en actor principal en la escena de la comunicación.
Los medios de comunicación, antes líderes en la generación y construcción de opinión pública hoy han perdido terreno ante la creciente percepción de la poderosa producción social de información”.
Así, es necesario revisemos nuestra conciencia para de verdad identificar el grado de aceptación o rechazo en torno de la inclusión, sea cual sea su tema de encuentro en nuestra vida:
¿Entendemos a las personas que viven con alguna discapacidad? o ¿solo los sobrellevamos?
¿Entendemos a las personas de distinto nivel social a nosotros, sin importar si son pobres o ricos? o ¿solo aceptamos a los que viven mejor?
¿Entendemos a las personas que ahora pelean por su derecho a la libertad sexual? o ¿solo las vemos en las noticias?
¿Entendemos a los enfermos terminales? o ¿solo a quienes nos platican de ellos?
¿Nos podemos sentar a la misma mesa con alguien de una raza y color distintos, sin importar su condición respecto de la nuestra?
¿Nos alejamos de todos los anteriores? ¿Por qué?
Saber cambiar, es saber incluir. Nada sencillo.